Estos días he estado sumergido en lecturas diversas, repasando algunos temas en Internet. Encontré un artículo en La Pajarera Magazine que me conmovió profundamente: 'El genocidio de los maestros republicanos', Aurora Gutiérrez Blanchard. Escrito por María Toca Cañedo. La verdad es que esta historia me ha tocado muy de cerca, recordándome la importancia de mantener viva la memoria de quienes sufrieron la represión durante la Guerra Civil.
Este año, con motivo de la conmemoración de la Segunda República, organicé un acto en la Casa de la Cultura de Villafranca de los Barros para homenajear a los maestros represaliados. Sin embargo, al leer este artículo me di cuenta de la magnitud de la tragedia: se estima que alrededor de 564.269 maestros fueron víctimas de la represión. Esta cifra es abrumadora y pone de manifiesto la importancia de seguir investigando y visibilizando estas historias.
Por eso he decidido compartir este artículo en mi página web, en la sección 'Prensa de hoy'. Considero que es nuestro deber recordar y honrar a quienes dedicaron su vida a la educación y fueron perseguidos por sus ideales. Su sacrificio no debe ser olvidado.
“El trabajo más bello, mas atractivo, que existe en el mundo, la labor de educar a la infancia, por error en los métodos, en la visión general del problema y en España, por acumulación absurda de niños en un local, se convierte en algo perfectamente estúpido, cuando no en una odiosa carga del trabajo forzado en un penal (…) En la “Maison des Petits” de Ginebra, vi salitas de trabajo pequeñas, sencillas en su amable “confort”. El número de niños en cada una no excedía de veinte”.
“Hablar de clases sociales refiriéndose a la escuela, más que absurdo, es un crimen de lesa humanidad para el que por desgracia están la inmensa mayoría de las gentes, sordas y mudas. Así, la escuela nacional en España es la “escuela de pobres”. En cambio, cuando aparece una bien organizada pronto se ve invadida por niños de clases acomoda[s] que, dada la escasez de escuelas, desplaza a los desheredados de la fortuna. Y esto no puede ser.”
“Hacer trabajar intensa, eficazmente, con gusto; proteger, presidir los ensayos de vida que realiza la infancia, tal es hoy el papel del maestro. A la escuela del alfarero ha seguido la del jardinero. No es barro inerte al que hay que dar forma convencional y petrificada; son seres vivientes que en lo físico y en lo espiritual, han de crecer siguiendo sus leyes propias”
Aurelia Gutiérrez Blanchard.

En la España de 1887, había un 71,50% de analfabetismo total, en las mujeres la cifra se elevaba hasta el 81,16%. La ley Mogano de 1857 fue la primera en sugerir la formación en las mujeres y en 1882 se formó la Escuela Central de Maestros, lo cierto es que la formación de los/as niñas/os estuvo en manos de la iglesia en su mayoría, siendo los curas rurales (en los pueblos) y las congregaciones de monjas en las ciudades los encargados de la enseñanza. Ambos colectivos (curas y monjas) adolecían de escasa formación, ciñéndo su trabajo a impartir conocimientos religiosos y apenas las cuatro reglas. Nada más proclamarse la Segunda República los sucesivos gobiernos se impusieron la obligación de culturizar al pueblo. Sirva como ejemplo que desde 1932 hasta 1936 se construyeron en nuestro país 9991 escuelas (cifra cuestionada por algún historiador, aduciendo que parte de las obras habían comenzado durante la dictadura de Primo de Rivera) Lo cierto es que la República formó a 7000 personas con licenciaturas pero sin experiencia docente con el fin de incrementar el número de maestros/as del estado. Famosas fueron las misiones pedagógicas enviadas por el gobierno para cubrir los puestos de las escuelas rurales de los lugares más apartados de la geografía hispana.
Baste decir que en 1940 el analfabetismo se había reducido hasta el 40% y no precisamente por el impulso del año gobernado por Franco. La República supuso un avance de suma importancia para la cultura en general, y de forma especial en la enseñanza. Ni los más recalcitrantes enemigos lo dudan.
En cuanto finalizó la guerra, o durante la invasión de los golpistas en las zonas conquistadas o adheridas, cobró fuerza la obsesión del bando ganador en anular los avances culturales y en la enseñanza de los republicanos. Se creó un Juzgado Militar Especial de Depuración de Funciones Civiles, donde se examinaron los expedientes de todos/as las maestras y funcionarios del estado. Solo se investigaban el profesorado público, ya que de- los de escuelas privadas daban cuenta los directores. El autor, José María Pemán, encabezó una comisión de depuración cultural que tenía a los maestros en el punto de mira, sin obviar a bibliotecarios, escritores, periodistas y toda persona de ideología democrática que tuviera algo que ver con la cultura. La censura fue instituida hasta pasado tiempo de la muerte del dictador…La ley impulsada por el ministro franquista Manuel Fraga, tuvo un falso ingrediente liberador.

La cifra de maestros depurados asciende a 564.269 de los cuales, algunos fueron apartados de forma total de la carrera, otros suspendidos durante años y bastantes de ellos/as fusilados. Los cargos de imputación eran peregrinos: Haber retirado los crucifijos de las escuelas, en función de las nuevas leyes de laicidad, llevar alguna insignia de significado “rojo”, contando que pare ellos “rojo” era cualquier demócrata, amante de la lectura, cultura, sindicalista, republicano, o simplemente neutro en temas religiosos. A veces fue la inquina del cura o de las fuerzas vivas del pueblo las que apuntaban con declaraciones injuriosas lo que suponía el “paseo” o el fusilamiento y posterior enterramiento en fosa sin nombre.
La escabechina con los/as maestras fue de tal calibre que nos faltan datos para consignar una cifra total de asesinados, pero podemos intuir que fueron varios miles debido a las cifras que vamos recabando de cada ciudad o comunidad. Para los fascistas era prioritario eliminar los vestigios culturales, bien explicado con la frase de Millán Astray ¡muera la inteligencia! que le gritó a don Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca, a lo que el sabio profesor, respondió: “venceréis pero no convenceréis” que le supuso el posterior asesinato, negado por las facciones franquistas y ya demostrado claramente.
Ese ¡muera la inteligencia! fue el sesgo seguido por la dictadura y el flagelo de tanta gente importante como fueron los maestros/as republicanos.

Con el triunfo del ejército golpista, la enseñanza tornó a manos eclesiales, cediendo parte del concubinato a Falange de las Jons, aunque en poco tiempo las eclesiales manos tomaron todo el poder. Como en tiempos anteriores, ambos estamentos, Falange e iglesia, carecían de formación académica suficiente para formar a los niños, tornándose a la secular carencia de conocimientos. Se tardarían decenios en obtener los mismos atributos que gozaban los maestros republicanos, no olvidemos que muchos de ellos/as se habían formado o mantenían contacto con la Institución Libre de Enseñanza (ILE) contagiados por los valores laicos, científicos y mixtos del Instituto formado por Giner de los Ríos.
Sirva como ejemplo de tantas/os como nos encontramos y que vamos biografiando la vida de Aurelia Gutiérrez Blanchard, nacida en Santander el uno de diciembre de 1877 de familia culta y burguesa, cuyo abuelo Castor Gutiérrez de la Torre (abuelo también de Matilde de la Torre) fundó la Abeja Montañesa, periódico conservador donde escribieron Pereda y variados intelectuales de la época. El padre de Aurelia, Enrique Gutiérrez Cueto fundó, a su vez, el Atlántico, periódico también de cierto prestigio. Una de las hermanas de Aurelia fue María Blanchard, siendo la madre, Concha Blanchard, hija a su vez de un francés de ascendencia polaca.
En la casa familiar se recibía a los más conspicuos intelectuales de la época, al citado Pereda, se unían Gómez de la Serna o Lorca, que escribió una elegía para María.

La familia de Aurelia tenía noticias de la Institución Libre de Enseñanza, conocían a Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón y a Gumersindo de Azcarate, seguidores todos del krausismo que conformó el ideario de la ILE. La misma Aurelia conoció de niña a Augusto González Linares que fue secretario de la ILE.
En 1904 muere el padre de Aurelia, trasladándose esta con la madre a Madrid, a la vez contrae matrimonio con Manuel Barahona Mugërza que era de Granada. En 1905 nace la primera hija del matrimonio, Regina, y entre 1907 y 1909 nace el segundo hijo, a la vez que Aurelia estudia en la Escuela Normal de Granada. En 1910 supera el examen de ingreso en la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio, comenzado a dar clases en la Normal de Granada a la vez que tiene su tercer y cuarto hijo, ingresando en 1912 con el número uno de su promoción en la especialidad de Letras. Todo esto siendo madre de familia, asistiendo a las clases embarazada y con una edad superior al resto del alumnado.














